Lo irreal y lo real: el camino del amor

Todo esfuerzo por estar presentes a nosotros mismo y a nuestra vida,  proviene de la esencia y es un acto de amor.

El esfuerzo consciente de estar presentes.

Todos los esfuerzos que hacemos para mantener el estado de presencia están sostenidos por un profundo amor.  Este amor, como una llama incómoda y permanentemente encendida, mantiene el deseo necesario de recordarse a sí mismo, de estar presentes.  Durante el estado de sueño e imaginación en que transcurre nuestra vida cotidiana, es precisamente esta llama, este amor, el que viene a socorrernos, como un susurro lejano.  Lejano, sí, pero lo suficientemente incómodo como para ser escuchado y hacernos despertar.

Transformar la identificación en un estado de amor.

Reconozco la sensación de estar identificada por el peculiar sabor a urgencia que imprime en mi ser.  Una vez que aparece este darme cuenta, puedo tomar la decisión de permitirme continuar en el tobogán del letargo interior o elevarme, en un solo acto, a mi propia presencia.  Esta decisión no implica una lucha interna.  Si hay un conflicto, significa que todavía estoy dormida.  Muchas veces es más fácil luchar en el sueño, en una rueda sin fin que gira una y otra vez, que simplemente despertar, aprovechando el primer sobresalto.

Cuando esto ocurre, es decir, cuando me he permitido seguir identificada, probablemente sea demasiado tarde para detener la pérdida de energía que se escapa hacia el objeto de la identificación.  Sin embargo, la pérdida imparable de energía que acompaña al estado galopante de identificación puede reducirse mediante la no expresión de la emoción negativa.  Este recurso casi heroico nos proporciona una inmensa cantidad de información sobre nuestra máquina interna y podría llevarnos a la plena realización del segundo choque: la transformación del sufrimiento en presencia, de la identificación en estado de amor.

Escala y Relatividad para disolver los personajes en la máquina.

En la vida cotidiana puedo ver como, si de una obra de teatro se tratara, aparecen diferentes personajes en mi ser.  En realidad no son muchos.  Son casi siempre los mismos, repitiendo sus líneas en un argumento mediocre que parece interminable, lleno de apetitos, quejas y necesidades que se construyen sobre el terreno fértil de la autocompasión y la urgencia.  Algunos de estos personajes son muy fuertes, otros más exigentes y otros muy sigilosos, casi imperceptibles.  Estos son los más difíciles de reconocer.  Son también los que tienden a inundar mi presencia porque, al emerger de entre bastidores, reivindican el derecho a ser el verdadero “yo”.

Cuando están sujetos al yugo de la escala y la relatividad, a menudo puedo observar una disolución parcial de estos caracteres, a veces incluso totalmente.  Reduciendo su sentido de auto-importancia cada vez que observamos su manifestación dentro de nosotros, y viéndolos directamente como son, ponemos luz en la oscuridad y podemos reducirlos a su dimensión real.  Parecidos a monstruos nocturnos, producidos por las sombras de los muebles de la habitación, desaparecen con los primeros rayos de sol.

Revelando nuestra esencia

Nuestra esencia está casi cautiva, escondida detrás de los fuertes grupos de “yoes” que dominan el mapa de nuestra máquina.  Suele ser tan humilde y discreto, que se confunde con un susurro, cuyo aliento se desliza discretamente a través del velo de la identificación.  Una vez que se han hecho los esfuerzos correctos en la dirección del recuerdo de sí, se revela un “yo” más real con un sabor particular que difícilmente se puede falsificar.

Si estamos haciendo estos esfuerzos para estar presentes, es este “yo” más real quien los está haciendo.  Si nos encontramos en cualquier otro estado, significa que estamos identificados y que estamos siendo dominados por uno de los personajes recurrentes de la obra.  Hacer estos esfuerzos para estar presentes a nosotros mismos y a nuestra vida, cada vez más a menudo, hasta que se conviertan en un estado de Ser permanente: ese es el camino del amor.