
Con muchísima frecuencia observo gente, hombres y mujeres, que se encuentran confrontando un fenómeno terrible: han conocido una persona, una posible pareja, un posible amor y comienzan a vivir esta experiencia desde el miedo, la ansiedad y la maniobra. Los buscadores de internet se convierten en el recurso diario para encontrar la estrategia perfecta a fin de evitar el desencanto de ese nuevo amor, la huida, el fin. “Cómo hacer que tu chico se enamore locamente”, “Diez pasos para evitar que se vaya” y cuantos títulos descabellados se puedan imaginar encontramos posicionados a diestra y siniestra. La razón fundamental de esto es el miedo a la pérdida, al desenlace fatal que una y otra vez acecha nuestras experiencias amorosas y al vacío posterior, esa nube espesa de sufrimiento que sucede a un abandono, ese sentir que “no podré volver a pasar por lo mismo”. Muchas veces la persona entra torpemente y dando tumbos en esta nueva relación porque está subconscientemente convencida de su ulterior fracaso, propiciando así, una profecía autocumplida. Otras veces se retira de manera preventiva. Es una situación muy común; de hecho, yo misma la he vivido varias veces en mi vida.
Desde mi muy personal y particular óptica, sustentada sólo por hallazgos internos de mi propia presencia y de mi propia historia, hoy en día estoy convencida de que nada ni nadie, ni siquiera el miedo al fracaso, tiene el derecho de evitarnos vivir la vida tal como esta se nos presenta. Cada quien tendrá que vivir su propia historia y convivir con las consecuencias. ¿Quién puede garantizarte que eventualmente no sufrirás una nueva decepción amorosa? ¡Nadie! En realidad, es sumamente difícil predecir en sus inicios cómo terminará una relación. Esto dependerá de la construcción del vínculo, de la salud emocional de los integrantes, del contexto y el entorno e incluso del azar. Ante todas estas variables, lo único que puedes hacer es sumergirte en la experiencia, entregarte tambaleante y con dudas, pero entregarte. Fluir sin ansiedad.
A lo largo de los años, he aprendido que, cuando se trata de amar después de amar:
Cada persona, siempre y cuando no ponga en riesgo su seguridad y la de los demás, tiene el derecho de buscar en la vida aquello que le llena y le hace feliz, cuantas veces sea necesario hasta que lo encuentre.
Siempre tendremos herramientas, internas o externas, para sobreponernos a los fracasos amorosos.
El amor profundo, verdadero y comprometido, sí existe.
Las estrategias amorosas raramente funcionan a corto plazo. A largo plazo, nunca funcionan. La otra persona siempre terminará captando tu verdadera energía, la realidad detrás de la estrategia.
Los preceptos morales y los convencionalismos sociales son asuntos relativos. El amor es un asunto absoluto.
No es posible aprender de una experiencia que no se vivió.
Se puede construir una buena relación de pareja desde la apertura emocional, no desde el miedo.
Fingir que no se tiene miedo a terminar con el corazón roto, es una estrategia que separa en vez de unir.
El amor que se da, no se pierde. Es energía que se multiplica en cualquier punto del espacio/tiempo