
Una de las cuestiones que más obsesionan a los buscadores espirituales, es el tema de la manifestación. ¿Cómo manifestar aquí lo que deseas manifestar?, ¿Cómo crear un estado de vida que albergue determinadas condiciones de amor, prosperidad y paz?, ¿Cómo convertir en materia aquello que es idea?
Pensadores y autores renombrados como Deepak Chopra, Wayne Dyer, Yogananda y muchísimos otros, han esbozado preclaras ideas al respecto; sin embargo, fue en el seno del sufismo y la cosmogonía derviche, donde encontré la resonancia que había estado buscando. Cuando nos percibimos como entes separados del mundo, viéndolo transcurrir como si se tratase de una proyección cinematográfica, nos perdemos la vivencia de bailar con este. Los derviches son reconocidos por sus fabulosas danzas giratorias en las que van incorporando energía del entorno, al tiempo que van manifestando realidades con esta materia prima energética.
Lo primero que hace un danzador derviche es conocer al que danza, es decir, conocerse a sí mismo. Tal y como invita el oráculo de Delfos “Conócete a ti mismo”, es fundamental identificar el punto de partida de la manifestación. Y el punto de partida de lo que quiero manifestar soy yo mismo, por lo tanto, debo empezar por conocerme: mis límites, mis sensaciones, mis puntos de quiebre y mis verdades sin maquillaje. Sobre este punto en particular, el Cuarto Camino de Gurdjieff sugiere la observación de sí, posterior al recuerdo de sí, lo que el Siloísmo en Argentina denomina “Conciencia de sí”.
El danzador derviche, una vez que ha centrado su atención en sí mismo, dirige su mirada interior a lo alto, a lo superior, a aquellos elementos omnipotentes ante los cuales inevitablemente se tiene que rendir por el reconocimiento de su propia inferioridad y limitación. Es una especie de “pedir ayuda” a lo invisible. En este punto, alquimistas y esotéricos de todos los tiempos, han reconocido una especie de vacío de conocimiento, algo así como un Triángulo de las Bermudas de la información disponible porque, realmente, nadie sabe qué ocurre en ese instante, ni mucho menos, cómo ocurre. Lo cierto es que ocurre y en la teoría de las tres fuerzas (activa, pasiva y neutralizante) es lo que se llama “magia”, porque es el punto donde todas las fuerzas empiezan a trabajar al unísono por un objetivo determinado.
Finalmente comienza a bailar. No como un pretexto para liberar sus tensiones corporales o como formación estética. El danzador derviche, desde su propio centro y profundamente conectado con la divinidad, ejerce su voluntad como único acto posible para él. Entonces en cada giro crea una nueva realidad. Lo interesante de esto es que, cuando la voluntad de un hombre centrado en sí mismo y rendido a algo superior, se impone, los elementos que componen su realidad se someten mansamente a este como si se tratase de un soberano.